<div style="text-align: center;" class="titulo"><b>¿Existen las clases sociales?</b></div>
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        <div class="autor"><a class="autor" href="http://www.rebelion.org/mostrar.php?tipo=5&id=Marcos%20Roitman%20Rosenmann&inicio=0">Marcos Roitman Rosenmann</a></div>
        <div class="fuente"><a class="fuente" href="http://www.jornada.unam.mx/" target="_blank">La Jornada</a></div>
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        <p>Los detractores del
socialismo no pueden oír hablar de la existencia de explotación,
imperialismo o explotadores. Se muestran iracundos cuando algún comensal
o interlocutor les hace ver que las clases sociales son una realidad.
Los portadores del nuevo catecismo posmoderno dicen tener argumentos de
peso para desmontar la tesis que aún postula su validez y su vigencia
como categorías de análisis de las estructuras sociales y de poder.
Lamentablemente, sólo es posible identificar, con cierto grado de
sustancia, dos tesis. El resto entra en el estiércol de las ciencias
sociales. Son adjetivos calificativos, insultos personales y críticas
sin altura de miras. Yendo al grano, la primera tesis subraya que la
contradicción explotados-explotadores es una quimera, por tanto, todos
sus derivados, entre ellos las clases sociales, son conceptos anticuados
de corto recorrido. Ya no hay clases sociales, y si las hubiese, son
restos de una guerra pasada. Desde la caída del muro de Berlín hasta
nuestros días las clases sociales están destinadas a desaparecer, si no
lo han hecho ya. El segundo argumento, corolario del primero, nos ubica
en la caducidad de las ideologías y principios que les dan sustento, es
decir el marxismo y el socialismo. Su conclusión es obvia: los
dirigentes sindicales, líderes políticos e intelectuales que hacen
acopio y se sirven de la categoría clases sociales para describir luchas
y alternativas en la actual era de la información, vivirían de espaldas
a la realidad. Nostálgicos enfrentados a molinos de viento que han
perdido el tren de la historia. Para seguir adelante hay que renovar,
buscar conceptos en un mundo novísimo.</p> <p>Sin duda en las dos
últimas décadas del siglo XX y la primera del XXI han emergido procesos
sociales, económicos, políticos y culturales que no sólo han reinventado
la realidad, sino los conceptos para describirla. Ello no es
acontecimiento novedoso. La historia está llena de estas vicisitudes
donde se inventan palabras. Basta leer libros de tecnociencias,
informática, bioquímica o neurociencias para comprobar lo dicho. Incluso
una academia tan conservadora como la española de la lengua se ve
obligada, cada cierto tiempo, a incorporar voces que emergen de la vida
diaria hasta convertirse en una realidad difícil de soslayar. Sin
embargo, no debe caerse en el absurdo de tirar el agua sucia con el niño
dentro. Nuevas voces no invalidan las ya existentes. Pueden
complementar o enriquecer el lenguaje.</p> <p>La posibilidad de caer en
el absurdo a la hora de renombrar objetos, oficios y situaciones, está a
la orden el día. Los casos son variopintos. Así, nos podemos encontrar
que un cocinero se ha convertido en un restaurador de alimentos; los
recreos en los patios de los colegios han pasado a denominarse <q>segmentos lúdicos</q> y los bares se consideran <q>zonas de avituallamiento rápido</q>. Esta moda sólo aporta confusión.</p> <p>No
es lo mismo un concepto viejo que otro anticuado. El imperialismo
existe por mucho que les pese a quienes plantean su muerte en beneficio
de la llamada interdependencia global o globalización. Su definición
sigue siendo válida en tanto explica a) la concentración de la
producción y del capital que dio origen a los monopolios; b) la fusión
del capital bancario e industrial y la emergencia de una oligarquía
financiera; c) el poder hegemónico de la exportación de capitales frente
a las materias primas; d) la formación de las trasnacionales y reparto
del mundo entre las empresas; f) las luchas por el control y el reparto
territorial del mundo entre países dominantes; y g) facilita comprender
las formas de internacionalización de los mercados, la producción y el
trabajo.</p> <p>Por consiguiente, los cambios del imperialismo señalan
su versatilidad y capacidad de adaptación en medio de los cambios
profundos que sufre el capitalismo. La globalización como concepto no
sustituye al imperialismo como una realidad. Saber que el imperialismo
actual dista del imperialismo del siglo XIX es de sentido común y no
requiere de muchas cábalas. El imperialismo goza de buena salud. Otro
tanto ocurre con el concepto de clases sociales. En la actualidad muchos
científicos sociales prefieren hablar de estratificación social y
estructuras ocupacionales antes que acudir al concepto de clases
sociales para explicar las desigualdades, la pobreza o la indigencia.
Los ejemplos pueden continuar. También los conceptos de explotación y
colonialismo internos han caído en desgracia, aunque la semiesclavitud,
la trata de blancas y el trabajo infantil y el dominio étnico sean una
realidad cada vez más extendida en el planeta. Es este contexto adverso
para el pensamiento crítico donde ve la luz, en América Latina, una
nueva realidad que trata de explicar este rechazo al uso de conceptos y
categorías provenientes de la tradición humanista y marxiana: la
colonialidad del saber y del poder.</p> <p>Bajo el manto de parecer
posmodernos, integrados a la llamada sociedad de la información y
partícipes de la globalización neoliberal, se renuncia a ejercer el
juicio crítico. Es más cómodo dejar de pensar, apoyándose en una
supuesta caducidad de los conceptos, que darse a la molestia de
averiguar cuáles son y han sido las transformaciones sufridas por las
clases sociales durante las últimas décadas. Ello supondría reflexionar,
atributo del cual carecen los nuevos robots alegres de pensamiento
sistémico.</p> <p>Por último, sirva como provocación señalar las
diferencias entre conceptos viejos y anticuados. La ley de gravitación
universal tiene más de cinco siglos, por su data es desde luego longeva,
pero sigue siendo válida. Quienes duden de su pertinencia, les aconsejo
un ejercicio práctico, déjense caer de una altura de 50 metros y
comprobarán si la ley de gravitación universal es anticuada y caduca. Lo
mismo ocurre con las clases sociales. Negar su existencia es, por decir
lo menos, un acto de ignorancia.</p> Fuente: <a href="http://www.jornada.unam.mx/2010/08/22/index.php?section=opinion&article=022a1mun" target="_blank">http://www.jornada.unam.mx/2010/08/22/index.php?section=opinion&article=022a1mun</a><br>
<p>rJV</p><br clear="all"><br>-- <br>Durán Vázquez____________<br><a href="http://cronicaelectronica.org/?p=duranvazquez">http://cronicaelectronica.org/?p=duranvazquez</a><br>